Mi Historia

Los primeros años de mi vida

Mi historia. Nací en el 77, en una familia con escasos recursos. Era la época en que la economía estaba bien para México, no había devaluaciones y el costo de vida era bajo. Mis padres tuvieron una educación escasa, mi madre no termino la escuela primaria, mientras que mi padre abandonó el nivel bachillerato.  Según él, siempre deseo graduarse, pero la vida no le lo permitía.

Ambos tuvieron el sueño de formar una familia, se unieron en matrimonio. Se dieron cuenta que no era tan fácil, eran jóvenes, trabajaron duro y mucho para hacerse de su casa. Tuvieron tres hijos, soy el mayor, siguió mi hermano, luego mi hermana. Al crecer tenía la tarea de cuidarlos, mis padres trabajaban todo el día para poder pagar los gastos: casa, comida, vestido, escuelas, etc.

Sin orientación y sin ninguna influencia positiva ni ejemplar, crecí siendo, lo que podía ser: un vago. Me gustaba salir mucho de casa, o, mejor dicho, no me gustaba estar en casa. Huía de esa carga que sentía, de esa realidad que no me gustaba. Había problemas, la mayoría eran por el dinero. El entorno en el que crecí no me estimulaba a desarrollarme, me parecía que todo era lento, las casas se construían de poco en poco, han pasado dos décadas y siguen igual.

Libros y primeros síntomas

Las personas se entretenían con la televisión, el fútbol. Los únicos libros que conocía eran los de la escuela elemental, su distribución gratuita de baja calidad, no representaban ningún valor. Todos terminaban en el basurero.

A pesar de que mis padres siempre me decían que la educación me haría salir de pobre. Nunca observé que ellos tuvieran interés en el estudio. Seguramente repetían lo mismo que mis abuelos les decían, o lo que escuchaban en los noticieros.

Infortunadamente no tenía cabida la cultura en mi familia. El interés por la formación académica, hasta el presente, todavía no cobra fuerza en ellos. Llegué a la escuela secundaria, sin la vigilancia de mis padres ocupados, con libertad y sin guía, me entregué al alcohol, y otros vicios. Una vida fácil.

Desde pequeño, mi salud siempre ha sido inestable. Me enfermaba de continuo. En la adolescencia, el vigor de la juventud, me ayudaba bastante a continuar con esa vida de excesos. Sin darme cuenta, se plantó la semilla de dolores y sufrimientos futuros.

Cabe mencionar, que además de la fragilidad física, también mi salud mental y espiritual estaban quebradas. En esta edad los primeros brotes depresivos se manifestaron. Los delirios de persecución y la sensación de ser observado cada momento me atormentaban.

El colegio, mis inicios como vendedor

Desde fuera mi vida parecía tan normal. Durante mis estudios en la escuela secundaria, trabajé: vendía en puestos ambulantes, me agradaba el dinero, esta actividad me hizo perder el pánico a las ventas, desde el primer día me hacían burlas mis compañeros. Soporté un par de meses la moda, luego, desistí. La realidad, no entiendo cómo aprobé cada año. Nunca estudiaba. Y sólo en ocasiones hacia tarea.

Había concluido mis estudios básicos. Hice examen para el bachillerato, no logré ingresar. ¿Cómo poder hacerlo si no estudiaba? En casa, por iniciativa de mi padre, con dos cajas de madera, llenas frutas y verduras, empezamos a vender, me agrada más que vender en puestos ambulantes. Las ventas eran, más bien, escasas, la mayor parte del día podía descasar. Lo que no me agrada de esta modalidad de venta, era levantarme temprano, ir a la central de abastos, comparar lo que se necesitaba y regresarme en la caja de redilas de la camioneta que repartía a varios puestos.

Terminé por aceptar esta situación. Lo único que rescato es haber aprendido sobre cómo seleccionar buenas frutas y verduras. Además, me encantaban los tacos de la letra J, el puesto de comida se llamaba “El chino”. Actualmente ya no existe.

Compañeros inolvidables

Continuamos vendiendo. Al siguiente año, mis padres me pagaron un curso, en el que se prometía ingresar a cualquier escuela de nivel Bachillerato. Era en Tlalpan, conocía a un grupo de chicos y chicas, con los que me sentía cómodo. Por primera vez era parte de algo. La convivencia fue de un par de meses. Posiblemente más. En esos días, no teníamos ni teléfono fijo. Obviamente no existían las redes sociales. La distancia era enorme, y ahí acabó nuestra amistad. Jamás he vuelto a verlos.

Visité por primeras vez CU. Era otro mundo. Nadie me acompañó. Mis padres trabajan y mis familiares también. Mis primos eran menores. No quise hacerme responsable. Que tal, nos perdíamos. Eran filas enormes, el registro fue lento, muy lento. Había tantas personas que me maravillaba. Me di cuenta que no sólo existía mi pequeña localidad.

La suerte estuvo de mi lado. Me aceptaron en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH). Las primeras semanas inmediatamente comencé a imitar estilos de ser y verter. Sinceramente no tenía identidad, un día era roquero, otro fresa, otro skato, otro dark, otro rapero. Conocí a César, y a mi tocayo Jorge. Fuimos inseparables. Nunca entrabamos a clase, buscábamos enamorar a toda chica posible, tuvimos poco éxito. Cómo es esperado, los resultados académicos fueron desastrosos.

La gran mentira, y el demonio

Se agotaron los tres años curriculares del bachillerato. Debía más de dos tercios de materias. Mis padres se enojaron, aun así, me dieron la oportunidad de ajustar cuentas. A pesar, de las advertencias, mejor dicho, de las amenazas, no entendí, me entregué más al libertinaje. A depresión, se pronunciaba repentina, sin aviso. Desea distraer mi mente, mis emociones. Conocía a Jaime, aprendí a tocar guitarra. El metal penetró mi mente. Fue el estilo que más ha permanecido en mi vida.

En un viaje escolar, con pretexto de investigación biológica, bebí demasiado durante todo el trayecto. Hasta cierto punto lo disfruté. De regreso a casa, por primera vez en la vida sentí, a lo que hoy llamo el demonio que come mi salud. Fue una experiencia espantosa, desconocía lo que me sucedía, no pude explicar cuáles eran los síntomas que se manifestaban atacándome.  Eran diversos. Me recuperé temporalmente.

Desde entonces los signos, los malestares, esta maldición me persigue. Mis padres preocupados, buscaron soluciones. Acudimos a todos los médicos particulares que pudieron pagar papá y mamá. También a hospitales de gobierno. Ninguno pudo diagnosticarme. Mi madre no se cansó, tenía esperanza en mi cura, alternativamente asistimos con brujos, curanderos, naturistas. No mejoraba.

Estaba desconsolado. Pensé que me moría, por primera vez pensé en la muerte, en mi muerte. Estuve con episodios discontinuos, era un demonio que atacaba mi sistema nervioso. Pensaron que todo era mental, y fui con el psicólogo. Nada cambió. Terminamos la terapia y seguí mi camino.

Doble maldición

Era mayor de edad y trunqué mis estudios preparatorios como mi padre. Ambos me obligaron a trabajar, intenté con varios empleos. Inicié como encuestador, hacía entre veinte y treinta encuestas diarias, no era algo que me gustar, pero era fácil. Un día de trabajo implicaba tener que levantarse temprano ir hasta el sur de la ciudad, recoger las encuestas, aplicarlas, regresarlas llenas, validaban la información por teléfono. Te pagaban poco.

Estuve tres meses, el pronóstico de una compañera de trabajo, se cumplió. Nunca me agradó ni el trabajo ni ella. Mi tío me dio empleo como personal de limpieza, me tocaba barrer las calles, y limpiar una que otra oficina, era ayudante del oficial de limpieza, él tenía la responsabilidad de limpiar los baños y todo el patio, sacar la basura. Me querían ascender de puesto, sustituyendo a mi maestro, me negué y me fui de ese lugar.

Necesitaba trabajar, entonces, empecé a vender celulares, conocí a Nancy, era mi jefa, me gustaba platicar con ella, era agradable, le contaba todo lo que me pasaba. Era mejor que un psicólogo, y era gratis. Mis ataques de ansiedad me atropellaban intensamente, son horribles. Soportaba con esfuerzos cada vez que se presentaban. En ese entonces no sabía qué eran, continué vendiendo celulares por medio año, no recuerdo por qué me salí.

Mi padre se había comprado un camión de carga, tenía chofer y me fui con él. Fue una experiencia espantosa. Aquí desarrollé gastritis. En ocasiones mejoraba. Mi juventud ayudaba. Mis inquietudes para el sexo estaban exaltadas. Con rumbo a Coatzacoalcos Veracruz, vimos una prostituta, me acosté con ella sin condón. Me pego un hongo en el glande. Pudo haber sido peor, quizás mortal.

La música, la marca del fraude

Desarrollé el gusto por la música, aprendí a tocar guitarra y formé varios grupos de rock, era una moda, ninguno funcionó. No había la química suficiente, decidí aprender música clásica y me entregué a ello. Para entonces ya tenía una depresión que me duró muchos años.

La tristeza perfora profundo. Había abandonado la escuela, defraudé a mis padres, que se esforzaron por pagarme los estudios, los engañé, hice creer que iba a clase, no me presentaba. El poco dinero que me daban, me lo bebía, financiaron los viajes que se organizaban en el colegio, derroché como un criminal su confianza, nunca tuvimos comunicación y esto empeoraba la situación. Mi padre se encargaba de hacerme sentir desgraciado, les contaba a todas las personas que nos conocían, mi traición.

Las crisis siguieron, ahora vinieron con gran fuerza, y tuvieron que internarme en el hospital general, estuve quince días, no me encontraron ningún mal físico. ¿Cómo explicar lo que sufría si ni yo mismo lo entendía? El descanso me dio fuerzas, me recupera lo fundamental para poder continuar con un soplo de vida. No comprendía lo que ocurría. Pero sabía que algo dentro de mí estaba mal. La depresión se convertía en bipolaridad. Los ataques de ansiedad eran más continuos. Y empeoraban mi salud. Me pasaba de mal en peor. Empecé a dudar de los médicos.

En el fondo

Sin trabajo, sin salud física y emocional, sin escuela, sin fuerzas, incluso sin amigos, no tenía la capacidad de conservarlos, quebraba la amistad con mis estupideces. Estuve de vago, completamente sin hacer nada, lo que veía a mi alrededor ahora estaba en mí, todo era lento, todo era igual, simplemente pasaba el tiempo, de hecho, lo perdí.

De este período no recuerdo nada en especial, es como si se hubiese congelado mi vida. Nada de acción, puras preocupaciones, mi intención era curarme. Apareció Dios en mi vida, el miedo me llevo a él, la cobardía de morir me orilló a su consuelo. Tuve una esperanza, estaba determinado a cambiar a mejor. Me decía que, si mi enfermedad es mental, me curaría, si era física también lo haría.

Nuevamente los médicos estuvieron en mi agenda. En esta búsqueda de sentirme mejor, llegamos a un médico, un charlatán, me quería operar de una hernia de hiato, la tengo, pero no es necesario operarla, él quería ganar dinero de forma deshonrada a costa de lo que fuera. Me negué, en contra de todos me mantuve firme.

Un respiro y mi gran amigo

Mi hermano menor aprendió a manejar gracias a un chofer que tenía mi padre. Le había encantado viajar en el camión, me recuperé un poco, me sentía mejor, así que fui a trabajar con él, esencialmente lo acompañaba.  Desarrollé una intuición espacial gracias al guía roji, los tres éramos un gran equipo. De vez en cuando le ayudaba, estuvimos así por varios años.

Durante los viajes me dieron algunas crisis, también visitamos médicos, uno de ellos me recetó antidepresivos, me los tomé y nada, seguía igual. La tecnología que existía en esos tiempos no sirvió para detectar que enfermedad tenía.

Afortunadamente, el demonio se aparecía con menos frecuencia. Pude seguir acompañando a mi hermano. Hicimos una gran amistad, mientras conocíamos la república mexicana. Había momentos buenos, porque aprovechábamos para explorar como turistas cada estado.

Aunque llevaba a todos lados mi guitara, y disfrutaba de la compañía de mi hermano y del trabajo. Había algo en mí que me decía que ese no era mi camino. Cierto que mi vida era un caos, llena de temores, temía morir, todavía temo morir.

Malos hábitos generaron problemas, no supimos manejarlos, crecían fuerza. Éramos mayores, rebeldes, por lo que peleábamos con mi padre, él con su carácter explosivo, continúo dejando huellas marcadas de violencia, literalmente nos golpeaba con lo que encontrará, pensé en matarlo, no aguantaba esa situación.

Lo divino

Era tanta mi desesperación, muchos mis sufrimientos, los problemas, ahora quería suicidarme, la depresión seguí, todos los días lloraba a escondidas. Un día, aclamando por ayuda, los testigos de Jehová me salvaron con su alimento espiritual. El miedo me había acercado a Dios, ellos me enseñaron a creer en él. Creí en el Dios del bien. Todo empezó de maravilla, recibí estudio bíblico, me presentaron personas muy amables, conviví con ellos, me hicieron sentir aliviado, seguía enfrentando las crisis, con nuevos bríos, estas disminuyeron, el trato social me confortaba. Me sentía querido, aunque la depresión me seguía mordiendo el alma. La actividad en su congregación me entretenía, me olvidaba por días, de todos los males.

Inicié la lectura diaria de la biblia. Con deseos de mejorar mi vida, me convertí en un fanático, seguí consejos con una venda, por ejemplo, había comprado discos originales de metal, por una recomendación rompí todos mis discos, también revistas, ropa. Lo hice porque desea sentirme bien, confié en que este era el camino. Lo fue por lo menos en aquella época. Incluso, intenté ser parte de un grupo musical. Estaba equivocado, éramos diferentes, aunque yo todavía no lo sabía.

El punto de quiebre

Busqué empleo como ayudante de carpintería. El dueño, vecino, desde el primer día, durante los tres meses contratado, me asignó tareas de limpieza. Me aburrí y me fui de ahí. Quise concluir la preparatoria, la principal razón es que estaba cansado de que mi padre me jodiera todos los días, todo el día, con sus amargos reclamos.

Mientras tanto, había hecho amistad con el hijo del líder de los Testigos de Jehová de ese sector. Este personaje, más que todos, me motivo a estudiar, no por su buena guía, lo contrario. Me hizo una pregunta que cambió mi vida por segunda ocasión. Él estaba por terminar el nivel bachillerato, entraría a la universidad, le acompañé a la universidad en la que estudiaría. Durante el trayecto, descubría el laboratorio de computación, desee estar ahí.

En el edificio, había un letrero, ofrecían cursos de programación. No entendía nada de lo que leía. Me emocioné con este lugar. De regreso a casa, le dije que me apuntaría a un curso de computación. Él respondió con soberbia: ¿para qué quieres estudiar un curso de computación si ni computadora tienes? Tenía razón, no tenía computadora, ni dinero para comprarla. Su pegunta fue una estocada que atravesó algo dentro de mí, y lo rompió.

Decidí aprobar las materias que debía, estudié para los exámenes extraordinarios. Inicialmente aprobé con lo suficiente: seis. Construí el hábito ir a la biblioteca y en ocasiones estudiar. La mayor parte del tiempo, me entretenía observando chicas hermosas. Me enamoré de Fabiola, una vez me atreví hablarle. Estúpidamente le pregunté su nombre y le ofrecí un chicle. Lo aceptó. Nos dijimos adiós. Fue la última vez que hablamos.

La redención

Era mi último examen extraordinario, estaba a una materia para acabar con el bachillerato. Por fin mi padre me dejaría de molestar. Estudié mucho, mucho, mucho. Todos los días, hasta que llegó el día. El gran día.  Era una tarde, finales de semestre, había pocos alumnos; este examen sólo lo presentaban aquellos agotaron los extraordinarios, y debían sólo dos o tres materias de todo el currículo.

Entre al salón, el profesor repartió los exámenes, me dispuse a responderlo. Terminé rápido, en menos de medio hora, reglamentariamente son dos horas. Entregué el examen, de inmediato el maestro me dijo que espera dentro del aula. Lo calificó, me llamó a su escritorio, me dijo que eligiera una pregunta y que tenía la oportunidad de resolverla correctamente. La elegí. Fui a mi lugar. Pensé que estaba frito.

El profesor interrumpió el examen, dijo, “compañeros tengo algo importante que decirles”, me sentí mal, pensé que me exhibiría. Nunca pude llevarme bien con los profesores del bachillerato. Me odiaban. Así que después de que hubo un silencio, él continúo diciendo, “quiero que le den un aplauso al compañero porque acaba de pasar con diez”. Dios mío, qué emoción, quise llorar, fue el día más hermoso de mi vida. Era libertad, era descanso, era felicidad. Pagaría la enorme deshonra.

Fue realmente emocionante, estaba feliz, los dolores de la enfermedad se quisieron asomar, no los tomé en cuenta, regresé a casa con una gran sonrisa. No podía creérmelo. Fue un triunfo. Tenía pase automático a la universidad.

Una nueva oportunidad

Ingresé a la universidad a los veinticinco años, era mi primera clase, había escogido estudiar matemáticas aplicadas y computación, y por primera vez escuché hablar del cálculo, en esa clase me hablaron en otro idioma, literalmente, quedé traumado. Soñé varias semanas los símbolos del pizarrón. esta experiencia fue única. Supe que esto era para mí. La depresión todavía seguía. Y me robaba la alegría por momentos.

Me sentía orgulloso por estar en la universidad, era universitario. No era un sueño, era la realidad. Desafortunadamente, no tenía el perfil, mis antecedentes académicos no justificaban mi estancia. Reprobé casi todas las materias del primer año. Ahora estudia, mis esfuerzos no fueron suficientes.

De forma paralela, seguía trabajando en la carpintería por mi cuenta. Me presioné tanto, que recaí en la enfermedad. Estuve hospitalizado por segunda vez. Tres meses en casa. Los médicos no encontraban nada. Todos decían que era psicológico. Me parece que es la respuesta a toda enfermedad no evidente para ellos. Me volví a recuperar, quiero decir, tuve las fuerzas para continuar bajo este yugo.

Me seguía reuniendo con los testigos de Jehová. Hacía tiempo, hasta para practicar música. En cama era lo único que me permitía hacer.

Recuperé la salud e inicié de nuevo los estudios universitarios. Los problemas se multiplicaron. Cada vez que despertaba, el desánimo me perseguía. Sentía una gran tristeza en el alma, estaba desahuciado. La economía familiar estaba en crisis, no había dinero en casa. Mi madre y mi hermano menor trabajaban, ellos fueron el soporte. Mi salud no me alcanzaba para trabajar. La poca recuperación la utilizaba para seguir alimentando el deseo de vivir.

Siempre eran gritos, peleas, principalmente por el dinero. Hubo una ocasión que solamente teníamos para comer frijoles, toda la semana fue el único alimento. Estaba presionado, mis familiares criticaban fuertemente que mi hermano nos mantenía. Era cierto parcialmente, mi madre y mi hermana también contribuían con sus ingresos y trabajo.

Me sentía un parásito, a pesar de que ahora trabajaba mucho más que antes. La depresión cobró fuerza, casi me derrota. Todos los días me preguntaba el por qué estudiaba, si tenía caso, estaba fuera de época. Sinceramente no sabía si me llevaría a algún lugar o no. Sólo pensaba en dar un paso, el siguiente, no importa hacía donde me llevara, pero dar un paso, que importaba si era hacia atrás, mi objetivo era un paso, uno diario.

La venda se cayó

Seguí estudiando, repetí ciclo escolar, ahora tenía veintiséis e iniciaba de nuevo. Pude avanzar con gran esfuerzo, y recaídas de salud, hasta el quinto semestre. Al iniciar el sexto. Empecé a ver la luz. Una confianza dentro de mí había nacido. Todo era más sencillo. Tomé carrera, y fluía. En séptimo semestre, ahora eran retos que me entusiasmaban, la depresión se debilitaba. Ocasionalmente ganaba, me renovaba más rápido. Leí mi primer libro “El discurso del Método” de René Descartes. El entendimiento ganaba territorio.

Continúe con mis lecturas, seguía con los testigos de Jehová, ahora, era diferente. Podía comentar, sabía que estudiando tenía un arma. Comencé a cuestionarlos, encontré fallos entre sus enseñanzas y su manera de dirigir sus vidas. Lentamente, me excluyeron. Hasta conseguir una segregación completa.

Escribí ensayo acerca de mi experiencia con los testigos de Jehová, critiqué a su líder, estaba decepcionado de él. Su hijo, después de leerlo, se convirtió en mi enemigo. Reconozco que fui emotivo, quizás exageré mi critica. Su padre, es un gran hombre, aunque me dolieron sus palabras, estas me empujaron a seguir.  Me dijo que yo no tenía solución, lo había cansado, se nubló su fe. Hizo lo mejor que pudo haber hecho.

Me alejé de la religión, más no de Dios.

Mi primer logro

Después de cinco años y medio, con el gran apoyo de mi amada familia, concluí mis estudios universitarios. Sin titularme. Tenía 31 años y algunos meses. Me enfrentaría al mercado laboral. Ese mercado que se traga a los inexpertos. Era una competencia, sí, entregué muchos currículos, hice bastantes entrevistas, no quiero exagerar, pero sentí que fueron unas cincuenta entrevistas y nada. No me contrataban, los pretextos era la edad y mi fala de experiencia. Seguí luchando hasta que me rendí.

Ya teníamos internet, y por fin habíamos comprado una computadora. Me preparé a conciencia para conseguir trabajo, mentí en la experiencia, y conseguí un empleo, no di el ancho, fue demasiado para mí, y me salí al mes. Además, no era lo que buscaba, me pagaban poco en comparación con mis excompañeros, y trataban mal a los empleados. Seguí buscando y a la semana me contrata Principal FInancial, soporté cinco meses y medio, era un puesto de administración, me había preparado para un puesto de análisis estadístico.

Estuve desempleado tres meses, con la liquidación me la pasé bien, me contrató temporalmente ACNIELSEN, a través de un outsourcing, dos meses. Terminó el contrato y el que lo renovaba se había ido de vacaciones, me sentía con más confianza y busqué un nuevo empleo, me contrataron en dos semanas, a la semana de entrar, me marcaron para renovar el contrato con ACNIELSEN, di las gracias. Estaba feliz con mi empleo, aplicaría estadísticas y modelos matemáticos.

Logré tener tanta confianza en lo que hacía, hasta el grado que propuse a los dueños ser socio, me aceptaron engañosamente, me prometieron que si levantaba un área y conseguía clientes me pagarían lo que deseaba, no sabía qué significaba ser socio de una empresa. Estuve cerca de dos años, los disfruté. Luego cambié a una consultora, trabajé con ellos cinco años, tenía una asignación con PEMEX, luego con BANAMEX. Volví a tener una recaída, ahora la sentí más fuerte.

En este episodio conocí a mi futura esposa, desde que la vi, le dije que sería mi esposa, me llamó loco, hasta se rio de mí junto con su amiga, después de un año de persistencia, de aplicar todo lo que se me ocurría, nos casamos. Tuvimos una hermosa hija. Después de que mi nena nació, me operaron. Estuve dos meses fuera de las obligaciones laborales.

Nuevamente recuperé salud, le agradó mi desempeño a BANAMEX (hoy CITIBANAMEX) y me contrató directamente. Logré lo que nunca había imaginado cuando estuve barriendo calles, o vendiendo celulares. Estaba en el corporativo. En mi oficina, con mi escritorio, me agrada el ambiente, todo era maravilla. Sí todo hasta que me detectaron un cáncer insitu en el esófago medio. Estuve cuatro meses fuera. Sí nuevamente.

Temí que despidieran, todo lo contrario, me brindaron el mejor apoyo, agradecido por ello.

Mientras vivía todo lo que te acabo de contar, hice negocios, un laboratorio de inyección electrónica con mi padre y hermano, los fletes y mudanzas (hasta que mi hermano se hizo cargo), venta de ropa, una carpintería, desarrollé un software para venderlo (estuve cerca de ganar seis millones), vendí canastas de vino con queso, entre otros negocios, hoy me encuentro haciendo desarrollos para ayudar a personas con mis servicios.